La Iglesia, la comunidad cristiana, tiene conciencia de que, si es
verdad lo que el Nuevo Testamento dice, que Dios envió a su propio
Hijo, que Dios habló por medio de su Palabra, que Dios se ha revelado
en su imagen, quiere decir que Dios es una realidad comunicable. Los
diversos títulos que se otorgan a Jesús expresan de diversas maneras
que éste es comunicación de Dios. Como Hijo, es la comunicación de vida
del Padre. Como Palabra, es la comunicación de sus designios. Como
Imagen, es la comunicación de la estructura divina.
En estas expresiones hay una necesidad de expresar esta realidad: Dios
no es alguien que no se comunica; no es alguien cerrado sobre sí mismo;
no es alguien como estéril, muerto.
En los catecismos se decía: "Dios es el ser perfectísimo, absoluto,
inmutable, simple, impasible". La Biblia dice otra cosa: Dios es amor,
Dios es comunicación, Dios es donación, Dios no es un absoluto
autosuficiente y cerrado, sino que es un absoluto de comunicación.
Si Dios es comunicación, si Dios es un absoluto de amor, es el amor
total, perfecto, la comunicación total, perfecta. El ama eternamente,
se comunica eternamente, habla eternamente, se refleja a sí mismo
eternamente. «Luz, resplandor de la Luz». Todas las otras expresiones
del Credo son otra forma de decir esto mismo: que la realidad de Dios,
por sí misma, es comunicación, amor, donación, manifestación. Y lo es
por su misma esencia, por su misma manera de ser.
Nosotros no tenemos por esencia ser comunicación. Somos seres mezclados
de comunicación e incomunicación. Somos espíritu y materia; somos amor
y egoísmo; somos cerrados y abiertos. Por eso tenemos momentos de
comunicación y momentos de no comunicación; tenemos momentos de palabra
y momentos de silencio; momentos en que hacemos hijos y momentos en que
no hacemos nada, sino más bien devoramos los hijos de los otros, y los
propios; tenemos una imagen, pero la imagen no representa adecuadamente
lo que somos, y no acabamos de ser capaces de representarnos. Si
pudiéramos comprender lo que puede ser un amor total, alguien que es
todo amor; una comunicación total, alguien que es todo comunicación;
una palabra total, que expresara todo lo que hay, comprenderíamos qué
es la Trinidad: Tres en una misma realidad comunicada totalmente.
Son Dios tanto el Uno como el Otro y el Otro. Porque cuando la
comunicación es total, todo lo que tiene el Padre lo tiene el Hijo, y
el Padre no se queda con nada que no le dé al Hijo. El Evangelio de San
Juan subraya esto: "No tengo nada que el Padre no me haya dado"; «todo
lo que tiene el Padre me lo ha dado a mí»; «el Padre y yo somos una
misma cosa»; "quien me ve a mí, ve al Padre".
Si pudiéramos imaginar un amor total, si pudiéramos darnos del todo al
que amamos, de manera que yo fuese el otro, y el otro fuese yo,
comprenderíamos lo que son el Padre y el Hijo y el Espíritu. El Padre
es tan Dios como el Hijo, y el Hijo es tan Dios como el Padre; y el
Espíritu que es la comunión que hay entre ambos, es tan Dios como el
uno y el otro. No hay más. Es el amor total, la comunicación total.
Si, por un imposible, un papa dijese que dejáramos correr el creer en
la Trinidad, tendríamos que dejar de creer en Dios. En un Dios que no
sea Trinidad no se puede creer, porque sería un Dios cerrado sobre sí
mismo; sería un Dios que no puede salir de sí mismo, que no puede
interesar a nadie, que no puede entrar en relación, que no puede crear,
porque ha de crear por su Palabra. ¿Por qué, hace unos años, estaba de
moda hablar de la muerte de Dios? Porque un Dios que no sea Trinidad -y
ahora la gente parece haber perdido el sentido del Dios trinitario,
quizá porque no hemos sabido predicarlo- es un Dios que está muerto de
hastío, de soledad, de esterilidad. Un Dios así no sabe qué hacer en
toda la eternidad; es un Dios estéril que no puede hacer nada; no tiene
actividad. Es un Dios muerto.
La Trinidad es la vida de Dios, y la vida es comunicación. Y nuestra
dificultad ante la Trinidad se debe, sencillamente, a que tenemos una
metafísica implícita de Dios, aunque la gente no lo sepa. Es la
metafísica del ser estático, "cósico", que no nos deja captar que el
principio de todo es la vida y que la vida es comunicación. Dios no es
un absoluto de ser sino un absoluto de comunicación, de amor. La Biblia
dice bien claro que Dios es amor. Pero parece que se nos ha gastado la
palabra.
El Padre está toda la eternidad engendrando al Hijo. «Nacido del Padre
antes de todos los siglos». Es tan eterno como el Padre, es la vida de
Dios. «Dios nacido de Dios, Luz resplandor de la Luz». Esta palabra,
«Luz», es de San Atanasio, y quizá es la manera más bonita de decir lo
que es muy difícil de expresar. Entre la luz y su resplandor hay
diferencia y no la hay. Quizá es la imagen que encontraban más
aproximada: veían que la luz y el resplandor es lo mismo y no es lo
mismo; es decir, la luz tiene una entidad en sí, pero hacia fuera es el
resplandor. Es como si dijéramos «Dios hacia dentro» y «Dios hacia
afuera». «Luz resplandor de la Luz, Dios verdadero nacido de Dios
verdadero. Engendrado, no creado". Con esta imagen se quería combatir
la concepción arriana. Se quería contraponer el nivel del «hacer»
(fabricación de algo extrínseco) y el nivel del "engendrar" (que surge
de la misma vida interna): la creación temporal y la generación eterna.
El Hijo es «engendrado, no creado». El lenguaje es convencional, como
siempre. También lo será después la oposición entre naturaleza-persona.
Querían decir: al hablar de "engendrar" queremos expresar la generación
eterna, y al hablar de «creado» nos referimos a la creación en el
tiempo. Sólo las criaturas son creadas; la generación de Dios es
eterna. El lenguaje es muy insuficiente, pero es la única manera que
hay de intentar entrar en la inefable realidad de Dios.
Un principio de la teología trinitaria moderna es que "Dios se
manifiesta tal como es y es tal como se manifiesta". A nosotros Dios se
nos manifiesta realmente como Padre, Hijo y Espíritu. El Nuevo
Testamento nos habla de los tres. Entonces, si se nos ha manifestado
como Padre, Hijo y Espíritu, es que Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Si
no, el Nuevo Testamento sería un engaño. Dios nos habría engañado.
Ninguno de nosotros puede decir: «yo me manifiesto tal como soy y soy
tal como me manifiesto», porque mi capacidad de manifestarme es muy
limitada. Yo sólo me puedo manifestar a trozos, por partes. Tengo la
ilusión de pensar que sé más cosas de las que soy capaz de decir o
expresar. Pero en Dios no pasa así: si El se manifiesta como Padre,
Hijo y Espíritu, es que El es Padre, Hijo y Espíritu. Siempre como algo
provisional, no del todo adecuado, ya que todas estas denominaciones no
son más que aproximativas, y por eso en el Nuevo Testamento se dan
distintos modos de hablar: Hijo, Palabra, Imagen, Resplandor... Lo
importante es que con estas expresiones, tan imperfectas, lo que
queremos confesar es la realidad de la encarnación y de la salvación,
la diferencia entre un Dios personal y comunicativo y un Dios
impersonal; entre un Dios vivo y un Dios muerto, reducido quizá a una
ciega fuerza cósmica.
El cristiano cree en el Dios viviente, que vive en la vida trinitaria y
que es capaz de comunicarnos su propia vida trinitaria con la
comunicación del Hijo y del Espíritu..
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