Este domingo, hemos celebrado la Presentación del Señor. Tradicionalmente, esta fiesta es cuándo cerrábamos las fiestas navideñas, cuándo se bendicen las velas y los cirios sagrados que se usan en las iglesias y también en casa, y por eso se llamaba la Fiesta de la Candelaria. Las lecturas del día describen el cumplimiento de la obligación de consagrar a todo "primogénito varón" al Señor. Maria y José cumplen con su obligación aunque están presentando Dios a Dios. Nos dan el ejemplo de que nosotros también debemos cumplir con nuestras obligaciones de devoción. Pero lo más importante es que Cristo se presenta ante el mundo como cumplimiento de todas las promesas de Dios.
Simeon representa a todo el pueblo Israel que ha esperado para el Mesías por milenios. Él es el santo de todos los que esperan, y por eso es importante observar bien lo que hace. Seguro que él esperaba alguien ya grande, cumplido, bien formado y fuerte. Si el Mesías sería el que liberará al pueblo Israel, tendría que ser como un general, o por lo menos un soldado. ¿Cómo reconoció su Mesías en un bebé recién nacido? Entre tantos niños que entraban al templo día tras día, ¿cómo supo que José y María traían a lo que tanto anhelaba?
Lucas nos relata que el Espíritu Santo "estaba en él" (Lc. 2:25) y que ese día fue al Templo "conducido por el mismo Espíritu" (Lc. 2:27). Para poder distinguir lo esperado entre tanta distracción, para ver luz en tanta oscuridad, para ver amor entre tanta indiferencia, hay que dejarnos guiar por el Espíritu Santo. Para oir Sus indicaciones, tenemos que entrenarnos con la práctica de rezar mucho . . . pero no solo con pidiendo y suplicando, sino de veras escuchando su voz. Así estaremos listos cuando el Espíritu Santo nos manda al encuentro con nuestro anhelo.
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