En el evangelio de este domingo pasado, Juan el Bautista señala al Cordero de Dios y admite dos veces, "Yo no lo conocí." Es curioso, porque de acuerdo con el evangelio de Lucas, reconoció a su Mesías desde dentro del vientre de su madre Isabel, mientras que el Hijo de Dios estaba en el vientre de su madre! Este es alto validación bíblica para la insistencia de la Iglesia Católica de que la vida comienza con la concepción (que es importante recordar esta semana, cuando cientos de miles acuden a Washington, D.C. para la Marcha por la Vida), y Juan comenzó su trabajo como profeta y ni si quiera había nacido. Pero algo sucede en los 30 años transcurridos entre ese encuentro y de su encuentro con Jesús en el Río Jordán. Como un niño en el seno materno, reconoce al Salvador, pero como adulto ya no lo conocía. ¿Será que el peso y las preocupaciones del mundo nublan su vista? Tal vez sus propias expectativas lo cegaron o al menos oscurecieron su visión. Podría ser que con esto en mente Jesús nos aconseja que tenemos que ser como niños para entrar en el Reino de Dios.
¿Hemos caído en la misma ceguera que nos impide reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros? ¿Han impedido nuestras propias expectativas nuestra capacidad de darnos cuenta de que Jesús está actuando en nuestras vidas? ¿Nos hemos vuelto cínicos para no ver cuando los milagros están sucediendo a nuestro alrededor? Tenemos que buscar el Cordero de Dios. Tenemos que dejarnos cegar por Su Luz, así como una sola llama de una vela en la oscuridad puede bloquear la oscuridad si nos centramos en ese punto de luz. Una vez que nos hemos permitido ser más conscientes de la acción de Dios en el mundo, entonces tenemos que ser como Juan el Bautista, y señalar a Dios para los que ignoran su presencia. "He aquí el Cordero de Dios ! "
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